Reflexión 🤫🤐🧐

Doña Julia está sentada junto a la ventana de su humilde y pequeña cabaña. Su mirada cansada se dirige una y otra vez a la puerta. Espera que un día se abra y en el umbral aparezca aquel a quien llevaba en su corazón, por quien se sacrificaba y a quien protegía con amor incondicional.

Pero la puerta permanece cerrada. Los días pasan, se convierten en semanas, meses. El silencio se convierte en su eterno compañero.

Ella entiende — la vida avanza, los hijos crecen, construyen sus familias, persiguen sus sueños. No lo culpa por ello. ¿Acaso no trabajó día y noche, olvidándose de sí misma, para que él tuviera un futuro mejor? ¿No renunció a muchas cosas por su felicidad?

¿Pero de verdad en ese futuro no había lugar ni siquiera para un pequeño rincón para ella? No sueña con regalos, no necesita cosas costosas. Solo una cosa: escuchar su voz, sentir el calor de sus manos, ver que no la ha olvidado.

Recuerda las noches en vela, cuando él tenía fiebre y ella rezaba para que la enfermedad se alejara. Recuerda cómo no comía ella misma, para que él tuviera la mesa llena. Recuerda los zapatos gastados que usó durante años, porque solo podía comprarle unos nuevos a él.

Y ahora, sentada en el silencio, sola en su casa, se pregunta: ¿lo recordará él todo esto?

No guarda rencor. El corazón de una madre no conoce el resentimiento. Solo ama – incluso cuando en respuesta solo recibe silencio.

Pero el dolor no desaparece. El dolor aprieta el pecho con un lazo apretado, especialmente en esas noches cuando la oscuridad detrás de la ventana se vuelve demasiado densa, y la soledad – demasiado pesada.

No pide mucho. Solo una cosa – que él venga. Que la mire a los ojos, que diga que todavía la quiere. Que ella pueda sentir durante un instante que todos esos años de amor y sacrificio no fueron en vano.

Pero en lugar de palabras – silencio. En lugar de pasos detrás de la puerta – solo el sonido del viento.

Y doña Julia sigue esperando. Porque una madre nunca deja de esperar. 💔